A fines del año pasado, Benjamín Netanyahu, aún con causas pendientes por soborno, fraude y abuso de confianza, retornaba al poder, en este caso acompañado de personajes extremistas y supremacistas en altos cargos. Lo cierto es que ese regreso trajo aparejado un aumento a la ya habitual violencia contra los palestinos, que se graficó claramente con lo sucedido días atrás: Colonos sionistas llevaron a cabo un brutal pogromo (definido así por propias autoridades en el ente israelí) en una ciudad palestina. El violento hecho, en el que 400 colonos ingresaron a Huwara y prendieron fuego 75 casas y 100 vehículos, asesinando a un palestino e hiriendo a 390, recordó a brutales actos del siglo pasado y contó con la complicidad mediática de medios occidentales para minimizar el impacto sobre el régimen israelí. Y como si este violento hecho no hubiese sido suficiente, fue un propio ministro del régimen israelí quien avaló los hechos y fue incluso más allá: “La aldea palestina de Huwara debe ser aniquilada”, sentenció. Y la declaración del supremacista fue tan grave que hasta . tuvo que salir a condenarlo, al menos ante la prensa, porque el apoyo irrestricto de Washington al accionar de la entidad sionista se mantiene como siempre. Por otro lado, la OTAN intentó presionar a países de América Latina para el envío de armas a Ucrania. Sin embargo, parece que el llamado “patio trasero” ya no es lo que era. Del mismo modo, el atraco de dos buques iraníes en Brasil generó el malestar, las quejas y la desesperación tanto de Washington como de Tel Aviv.
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