Se le llamó “red set” a una oleada de izquierdistas que volvió a Chile a finales de los 1980 y principios de los 1990. Muchos habían huido de Pinochet y no eran hijos de obreros, necesariamente, porque los obreros y sus familias se quedaron a tragarse la represión. Éstos otros, al volver, sabían de literatura y traían las llaves de la democracia moderna, como nuestro José Woldenberg; mezclaban inglés y francés con español y distinguían un buen vino o un buen libro a un kilómetro, parados en un pie y fumando un habano salido de alguna embajada de Cuba, como nuestro Jorge Castañeda. Los padres de la generación “red set” o ellos mismos muy jovencitos habían olido el palacio de La Moneda con Allende antes de que las bestias lo bombardearan y volvían feministas y citaban a Simone de Beauvoir, al tiempo que eran buenos para las finanzas personales, como nuestro Aguilar Camín. Abrazaban el liberalismo y a ese término le co
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