David, un hombre de 40 años de un pequeño pueblo en Tijuana, siempre creyó que las leyendas locales, como la de La Llorona y el Nahual, eran solo historias para asustar. Sin embargo, una noche lluviosa de agosto, cuando la tormenta cortó la electricidad, algo cambió. Mientras intentaba dormir solo en su casa, escuchó ruidos extraños y el susurro de su nombre desde el pasillo. Al investigar, se encontró con una figura sombría y alta, cubierta por un manto negro, que parecía observarlo. Desde entonces, cada tormenta le trae esa misma sensación inquietante, como si aquella presencia aún lo vigilara.
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