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En la cumbre entre la Celac y la Unión Europea (UE), el conflicto de Ucrania tuvo un protagonismo para nada sorpresivo: Semanas antes, la UE había intentado invitar a Zelenski. Algo a lo que la Celac le bajó el pulgar. En este contexto, el presidente de Chile, Gabriel Boric, trató de forzar una condena a Rusia advirtiendo: “mañana podría ser cualquiera de nosotros”, casi como olvidando qué potencia sí invadió e intervino en numerables ocasiones en América Latina y el Caribe. Tal declaración le valió el calificativo de “apresurado” por parte de Lula da Silva. Por otro lado, la ONU, que no condenó el nuevo ataque ucraniano al puente de Crimea, sí alzó su voz de alarma acusando a Rusia de “poner en riesgo la seguridad alimentaria del mundo en desarrollo” por haber suspendido el acuerdo de exportación de granos. Y mientras Borrell o Macron se mostraban indignados diciendo que el mandatario ruso había decidido “usar el hambre como arma”, se les pasó mencionar un “detalle”: Oxfam expuso que apenas el 3 % de los granos fueron para los pobres. Lo cierto es que el 80 % de la producción de grano ucraniano es vendido a países ricos y las acusaciones parecen responder más a propaganda que a los hechos.
