Rembrandt siempre vivió por encima de sus posibilidades, invirtiendo en arte -a veces pujando por sus propias pinturas-, grabados -que solía utilizar en sus pinturas- y todo tipo de curiosidades. En 1656 ya se tomaron ciertas medidas en los juzgados para impedir su declaración de bancarrota, y el artista tuvo que vender la mayoría de sus pinturas y buena parte de su colección de antigüedades. En el albergue La corona imperial de Ámsterdam tuvo lugar una subasta de todos sus bienes. La lista de objetos subastados se ha conservado, y da una idea de las posesiones materiales del pintor: dibujos y pinturas de los viejos maestros flamencos, bustos de emperadores romanos, fragmentos de armaduras japonesas, curiosidades traídas de Extremo Oriente, y colecciones de rarezas naturales y minerales. Los beneficios de estas ventas, realizadas entre 1657 y 1658, resultaron decepcionantes. Hacia 1650, el estilo de Rembrandt volvió a transformarse. Regresa a los gran
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