El contexto en que se desarrolla el relato es sin duda altamente explosivo y no menos polémico: el sufrimiento palestino bajo la ocupación israelí, el radicalismo religioso e ideológico de Hamás que frustra cualquier intento de solución negociada del conflicto, y por último, la corrupción, oportunismo y bandazos políticos de la Autoridad Palestina en los tiempos en que Arafat decidió romper el proceso de paz y desencadenar la segunda intifada. En tales circunstancias, las posibilidades de que un joven como Mosab escapara de una visión maniquea de su mundo, de que dejara de ver las cosas en términos de blanco y negro, de universos que se oponen e intentan destruirse mutuamente, eran sin duda muy pocas. Más aún si se considera que fue aprehendido por fuerzas israelíes y trasladado a prisión en calidad de adolescente peligroso en los días de la primera intifada, cuando la violencia le parecía la única herramienta para combatir al enemigo israelí. Las penurias físicas y morales que sufrió entonces en nada prefiguraban que se convertiría en un personaje dispuesto a lanzarse a la insólita aventura de salvar vidas humanas a toda costa y evitar la radicalización del conflicto en el cual tanto palestinos como israelíes sucumbían en medio de un espeluznante terror. Muchos factores le permitieron captar el grado de irracionalidad y locura que se apoderaba del escenario. Su calidad de hijo de uno de los líderes más importantes de Hamás, su cercanía con la élite de la Autoridad Palestina y su contacto en prisión con altos comandos de los servicios de seguridad de Israel lo situaron en el ojo del huracán. Desde ahí y transformada su mirada a partir de su lectura de la Biblia y su paulatina conversión al cristianismo, llegó a la conclusión de que su misión central debía ser la de evitar la continuación del derramamiento de sangre inherente a la escalada del conflicto. Con poco más de veinte años de edad, pasó a ser agente del Shin Bet - servicios secretos israelíes -, función en la que se desempeñó hasta su asilo en en 2008. Ser espía al servicio de Israel le significó ciertamente intensos dilemas morales. En su recuento autobiográfico se repite una y otra vez cómo el eje central de su actividad se centró en frustrar a como diera lugar la ejecución de atentados terroristas suicidas palestinos contra civiles israelíes, así como en evitar desde la parte israelí, la multiplicación de asesinatos selectivos de líderes de Hamás y demás organizaciones terroristas que a menudo arrastraban consigo la muerte de civiles inocentes. En esta vorágine de venganzas Mosab actuó bajo la consigna de salvar vidas en ambas partes del binomio, con especial atención a la seguridad de su propia familia la cual sin saberlo, se libró gracias a él de ser víctima mortal de la escalada de violencia. Los desgarramientos personales a que estuvo sujeto Mosab Hassan a lo largo de sus funciones de espía están impregnados de amor por su pueblo y su familia. En su relato hay una constante reiteración de su convicción de que la violencia asesina nunca resolvería nada sino que sólo profundizaría la espiral del odio y la destrucción mutua. Respira aliviado cada vez que la vía del diálogo se instala, para lamentarse cuando ésta se rompe y se reanuda la cadena de agresiones. Dueño ya de una espiritualidad que lo guía para tomar las difíciles decisiones a las que se enfrenta, llega sin embargo al agotamiento que lo induce finalmente a exiliarse. Su testimonio es sin duda un drama personal que a menudo linda en la tragedia, pero además constituye una ventana privilegiada para sus lectores. Gracias a él es posible calibrar de manera más justa y equilibrada los matices desconcertantes y desgarradores que caracterizan al conflicto palestino-israelí, visión que desafía a las innumerables visiones simplistas y llenas de lugares comunes que tanto proliferan en las apreciaciones de los espectadores a larga distancia de este drama que se halla todavía en espera de solución. Escrito por Esther Shabot Clickée aquí para suscribirse y recibir más videos:
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