Doce años atrás cuanto tuve que irme dejé a mi madre junto a su ventana mirando la avenida. Ahora la recobro sólo con un bastón de diferencia. En doce años transcurrieron ante su ventanal algunas cosas desfiles y redadas fugas estudiantiles muchedumbres puños rabiosos y gases de lágrimas provocaciones tiros lejos festejos oficiales banderas clandestinas vivas recuperados. Después de doce años mi madre sigue en su ventana mirando la avenida o acaso no la mira sólo repasa sus adentros no sé si de reojo o de hito en hito sin pestañar siquiera. Páginas sepias de obsesiones con un padrastro que le hacía enderezar clavos y clavos o con mi abuela la francesa que destilaba sortilegios o con su hermano el insociable que nunca quiso trabajar. Tantos rodeos me imagino cuando fue jefa en una tienda cuando hizo ropa para niños y unos conejos de colores que todo el mundo le elogiaba. Mi hermano enfermo o yo con tifus mi padre bueno y derrotado por tres o cuatro embustes pero sonriente y luminoso cuando la fuente era de ñoquis. Ella repasa sus adentros ochenta y siete años de grises sigue pensando distraída y algún acento de ternura se le ha escapado como un hilo que no se encuentra con su aguja. Cómo quisiera comprenderla cuando la veo igual que antes desperdiciando la avenida. Pero a esta altura qué otra cosa puedo hacer yo que divertirla con cuentos ciertos o inventados comprarle una tele nueva o alcanzarle su bastón.
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