¡Hola a todos y bienvenidos a mi canal! Hoy vamos a explorar un fascinante viaje a través de la ciencia que nos lleva desde la inmunología hasta la quimioterapia, con un personaje revolucionario como protagonista: Paul Ehrlich. Prepárense para descubrir cómo unos pequeños héroes llamados anticuerpos y una serie de descubrimientos científicos cambiaron por completo nuestra comprensión de las enfermedades. Imagina un proyectil mágico que, por sí solo, encuentra su objetivo sin causar daño colateral. Este es el sueño de cualquier nación bélica en la actualidad, pero la naturaleza ya lo ha logrado. Estos proyectiles son los anticuerpos, moléculas proteicas complejas que nuestro cuerpo produce para desactivar gérmenes y toxinas. Lo más impresionante de los anticuerpos es su valentía; atacan a los enemigos invisibles sin perjudicar nuestras propias células. ¡Y eso no es todo! Además, proporcionan una defensa duradera contra infecciones, gracias a un proceso conocido como inmunización. Sin embargo, como todo en la vida, estos “proyectiles“ tienen sus debilidades. Hay enemigos invisibles que pueden desactivar su capacidad de defensa. Un buen ejemplo son los tripanosomas, unos organismos unicelulares proveniente de los trópicos que causan enfermedades muy graves. Si el sistema inmunológico no los reconoce, no puede crear anticuerpos contra ellos. ¡Y ahí es donde comienza el desconcierto en el mundo científico! Hablemos de Paul Ehrlich, un científico polaco que nació el 14 de abril de 1854 en Strehlen, durante una época de grandes convulsiones políticas. En su infancia, mostró un gran interés por los animales y las sustancias químicas, lo que lo llevó a estudiar medicina en Estrasburgo. Aunque en aquel entonces la medicina y la química eran dos campos separados, Ehrlich se destacó en ambos. Su curiosidad sobre unos nuevos colorantes desarrollados por William Henry Perkin lo llevó a investigar cómo actuaban en los tejidos y, eventualmente, en las bacterias. Gracias a sus experimentos, logró identificar la bacteria causante de la tuberculosis, un hallazgo que Robert Koch aprovecharía posteriormente. Sin embargo, tras un breve viaje a Egipto para recuperarse de una tuberculosis leve, descubre que otro científico, Emil von Behring, había aislado los anticuerpos, sustancias que neutralizan a las bacterias en el organismo incluso mucho tiempo después de la enfermedad. Así, Ehrlich vuelve a Alemania y decide colaborar con von Behring para clasificar estos anticuerpos. En 1892, ambos presentan un suero para tratar la difteria, marcando un punto de inflexión en la medicina. Este éxito les permitió fundar el Instituto para la Investigación del Suero en Berlín, donde Ehrlich se convirtió en director y continuó su investigación. Sin embargo, había un desafío pendiente: combatir los tripanosomas. Ehrlich se propuso encontrar compuestos que eliminaran a estos parásitos sin afectar las células del cuerpo humano. Fue ahí cuando un colaborador descubrió un compuesto llamado “rojo tripán“, que mostraba prometedoras capacidades para destruir estos intrusos. Así, nació la quimioterapia, la ciencia de eliminar gérmenes patógenos utilizando productos químicos.
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