El Sahara, palabra de origen bereber que significa «tierra dura», es un lugar insólito, lleno de contrastes. La superficie resulta desoladora por la ausencia de agua. Sin embargo, entre a 300 y metros de profundidad se encuentra el mar de Albienne, el mayor lago subterráneo del mundo. Con una extensión de kilómetros cuadrados, podría convertir la árida superficie en un vergel, tal y como era hace ocho mil años, un sitio montañoso repleto de una exuberante vegetación y una no menos fabulosa fauna. Así, hoy podemos contemplar en el macizo de Acacus, entre las fronteras de Libia y Argelia, multitud de inscripciones que nos describen aquel pasado, que no por remoto deja de ser cierto. Tal y como comentara Paulo Suetonio, «hombres, mujeres, animales, olas, embarcaciones, nos hablan desde la roca de un mundo hasta ayer insospechado». Mucho se ha especulado acerca del grado de desarrollo que alcanzaron las primitivas culturas saharianas y, hasta h
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