Supongamos dos países vecinos y dos comunidades nacionales estrechamente unidas entre sí. Y ahora pongamos entre ellas una frontera cerrada por razones políticas. Tal ha sido el caso durante años de Colombia y Venezuela, y el resultado no podía ser otro que el sufrimiento de los habitantes de ese espacio limítrofe en que no se concibe la vida separados de quienes quedan al otro lado. Ahora esa frontera se ha abierto, y las esperanzas que alimenta algo así solo sus habitantes sabrán relatarlas.
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