En septiembre de 1914 el ejército alemán comenzó la invasión de Polonia (parte del Imperio Ruso). Allí se encontraba la fortaleza rusa de Osowiec, situada en el margen derecho del río Biebrza. Contaba con una guarnición de cerca de hombres y 69 cañones de distinto calibre. A su mando se encontraba el comandante Sveshnikov. Frente a ellos se habían situado alrededor de prusianos y un ingente número de piezas de artillería y morteros de asedio. El alto mando ruso, viendo lo que se avecinaba, pidió a los defensores de la fortificación algo que en el fondo consideraba como imposible: resistir al menos 48 horas… Pero la fortaleza resistiría heroicamente durante casi 6 meses. Los alemanes, al que este asedio les estaba llevando mucho más tiempo del previsto, decidieron utilizar gas venenoso contra la guarnición de la fortaleza. Una enorme nube verde de cloro se acercaba a la ciudadela desde las posiciones alemanas y los defensores no tenían máscaras antigas. Los hombres se refugiaron como pudieron entre los pliegues de las trincheras y de los restos de las antiguas murallas de la fortaleza… pero la intoxicación llevó a muchos de ellos a la muerte. Tras el ataque de gas quedaban con vida poco más de un centenar de defensores. El mando alemán pensó que la fortaleza ya estaba condenada, así que volvieron a abrir fuego masivo de artillería al tiempo que soldados se dispusieron a realizar el definitivo asalto a la fortaleza. Sin embargo, el comandante Svechnikov ordenó un contraataque desesperado contra la infantería prusiana. A pesar de las fuertes pérdidas, nueve baterías pesadas y dos ligeras comenzaron a abrir fuego desde los restos de la fortaleza contra los atacantes, fue precisamente en ese mismo instante cuando no más de 60 soldados rusos salieron de sus trincheras y refugios con la bayoneta calada hacia los atónitos soldados alemanes, gritando entre agónicos estertores y toses sangrantes, envueltos en harapientas camisas y trapos, exhaustos y famélicos, con la cara desencajada y los ojos pareciendo que se salían de sus órbitas…. auténticos muertos vivientes. El escenario era dantesco… un espectáculo horrible. La infantería germana, aterrorizada, no presentó batalla y apresuró a retirarse. Desorganizados en la fuga, dejaron atrás armas y municiones por el camino. Y así terminó este asalto, en el que los alemanes habían depositado tantas esperanzas tras más de cinco meses de asedio. Esta acción pasará a la historia de Rusia como el “ataque de los muertos”.
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