Hoy, de la mano de Jacques Derrida, Gaston Bachelard, Julia Kristeva, Nietzsche y Søren Kierkegaard, hablamos de los objetos y lugares que dejaron atrás las personas que amamos y se fueron. El abrigo aún colgado en la entrada, la taza de café a medio terminar, el cuaderno de dibujo con los trazos a medio hacer. No son meros objetos, sino reflejos de la existencia de una persona amada. Cada uno de ellos lleva una huella de la subjetividad de esa persona, una huella que sigue viva a pesar de su ausencia. Cada objeto cuenta una historia, una parte de la vida que compartimos en el pasado. Las fotografías, desgastadas por el paso del tiempo, inmortalizan sonrisas y momentos fugaces de felicidad. Los libros, con sus páginas amarillentas y anotaciones en los márgenes, atesoran los pensamientos y las emociones de aquellos a quienes amé profundamente. Cada prenda de ropa conserva el eco de su esencia, el perfume impregnado en la tela que evoca su presencia cercana. Estos objetos, tan simples y cotidianos, se convierten en faros que iluminan el sendero de los recuerdos. Por los motivos qe sean, son capaces de transportarnos a un pasado lleno de risas compartidas, abrazos cálidos y conversaciones interminables. Aunque su presencia física se haya desvanecido, el eco de su existencia sigue resonando en cada uno de ellos. Antes de aullar con furia porcina sobre detalles técnicos de los vídeos, te invito a que leas el siguiente decálogo: La única rebelión posible es la personal. Cuando lo acepta, ese desgraciado individuo, conocido con el nombre de hombre, arrojado muy a pesar suyo en este rincón del Universo, es capaz de sembrar al fin algunas rosas en las espinas de la vida. Soy Fabián C. Barrio, el viejo lesbiano que ulula sobre una roca en mitad del Mediterráneo. Escritor y viajero chipriota. Overlander majestuoso. Hablo para vivir. Soy el Alcalde. Yo soy: Mi Tuínster: Mi féinbus: Mi correo: yo@
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